A la vista de las diferentes proyecciones no es de extrañar que ni siquiera la patronal europea Euromines pudiera dar una cifra, cuando Investigate Europe preguntó cuánto dinero y cuántas minas nuevas se necesitarían. "Es imposible dar una cifra", respondió Rolf Kuby, argumentando que hay muchos factores, desde el desarrollo tecnológico hasta los precios de la energía y los procesos industriales, que son imposibles de modelizar.
En la UE están abiertas actualmente unas 100 minas metálicas, de las que entre 40 y 50 extraen materias primas críticas, según la AIE. Kuby, de Euromines, quiere que esas cifras se doblen en la próxima década. De momento ya existen planes para abrir minas de materias primas críticas al menos en España, Finlandia, Francia, Grecia, Noruega, Portugal y Suecia. La mayoría de los Estados de la UE tienen yacimientos potenciales, asegura Euromines.
La verdadera magnitud de los recursos minerales europeos se desconoce con precisión porque en los últimos 40 años se han hecho pocos estudios geológicos, en parte porque Europa abandonó los sectores extractivos dentro de sus fronteras.
"China explora constantemente nuevos yacimientos, a diferencia de nosotros en Europa, que hemos dejado de hacer prospecciones mineras sistemáticas", indica Alecos Demetriades, experto en prospecciones ya jubilado del Servicio Geológico Helénico de Atenas.
Pero la exploración es sólo el primer paso. La puesta en marcha de una mina es un proceso largo, y los permisos tardan muchos años en conseguirse. No es casualidad que muchos presionen para que el nuevo Reglamento acorte considerablemente este proceso. Los defensores sostienen que esto no sería irresponsable y no supondría una mayor amenaza para el medio ambiente, mientras que los críticos sostienen que sí.
En cualquier caso, pocos bancos asumirían el riesgo de prestar dinero para la minería. Aunque la inversión depende lógicamente de la dimensión y el tipo de yacimiento, el coste de una mina puede ascender en algunos casos hasta lo mil millones de euros, según Euromines. "Ninguna estrategia cobrará vida sin inversiones", admite Margrethe Vestager, comisaria de Competencia de la UE. Al mismo tiempo, advierte que "el dinero no debe venir a través de la Comisión, que es una enorme burocracia, no un banco".
La Comisión no destinó un fondo de dinero público junto al Reglamento, aunque hubo intentos de hacerlo. El gobierno de Estados Unidos, en cambio, aporta varios cientos de miles de millones de dólares para apoyar la transición ecológica en ese país. Estas subvenciones también tientan a las empresas europeas a elegir Estados Unidos en lugar de Europa, sobre todo en el sector de las baterías.
Las tierras raras, pese a su nombre, no son en absoluto escasas en la corteza terrestre, de hecho están esencialmente en todas partes. Sin embargo, la cuestión es en qué cantidad. Se llaman raras porque normalmente sólo hay unos pocos gramos de ellas en cada tonelada.
Por eso fue noticia cuando los suecos anunciaron el año pasado que habían encontrado un gran yacimiento de tierras raras en Kiruna.
Para llegar a las tierras raras hay que remover toneladas y toneladas de piedra. Se necesitan cientos o incluso miles de toneladas de roca para extraer un kilogramo de metales de tierras raras. Estas rocas se trituran, se empapan en ácidos y, al final de un proceso de refinado, queda el metal. Además de muchísimas toneladas de roca que se consideran residuos peligrosos, que podrían contener también elementos radiactivos.
No sólo la minería, sino también este proceso de refinado, han sido objeto de una fuerte oposición por parte de los movimientos ecologistas de Estados Unidos y Europa, debido a la gran contaminación y la preocupación por cómo afecta a la salud de las personas. En lugar de gastar dinero en soluciones, las empresas entregaron esa parte del negocio a China. Dejemos que los chinos extraigan, hagan el trabajo sucio, y Occidente intervendrá en la parte final de la cadena de suministro, la que tiene mayor valor añadido. Esa era la idea.
Los resultados son ampliamente conocidos, desde los niños que trabajan en las minas de cobalto del Congo, pasando por la escasez de agua en Chile, hasta la brutal destrucción de la naturaleza en China. Para el mundo occidental, esto estuvo bien durante mucho tiempo: los beneficios aumentaban, los consumidores obtenían los aparatos que querían y la contaminación pasaba desapercibida.
China, por su parte, ha seguido una estrategia a largo plazo y bien pensada, con costes medioambientales calculados. A lo largo de décadas, ha ido ascendiendo en la cadena de valor, creando sus propias industrias de defensa, alta tecnología y automoción. Este año, las exportaciones chinas de automóviles superaron a las alemanas.