Abiertos a los refugiados, abiertos a la UE: la semana que cambió las tornas en Polonia

4 marzo 2023
Wojciech Cieśla
Wojciech Cieśla
El asalto ruso a Ucrania ha permitido al Gobierno polaco presentarse como un Estado favorable a la UE, aunque siga siendo un régimen iliberal.
Nada ha vuelto a ser igual en Polonia desde el jueves 24 de febrero. El ataque de Rusia a Ucrania ha cambiado las tornas.

En Polonia, que sobrevivió durante más de 40 años como Estado satélite de la URSS, las actitudes hacia Rusia son complicadas. Para la élite, el conocimiento de la cultura rusa (cine, literatura, música) es fundamental. Un polaco culto debe conocer a Dostoyevski y Shostakóvich. Por otro lado, existe un enorme resentimiento hacia el autocrático e imperialista Putin. ¿El estado de ánimo en pocas palabras? Oh, Rusia, un gran pueblo, un gobierno terrible.

También está el legado de la historia, de 120 años de partición, de polacos enviados a Siberia, de la destrucción de la intelectualidad, de la "rusificación" forzosa. Y está el legado de Moscú, que cree que es superior a sus vecinos, por lo que éstos deben vivir o morir como Rusia quiera. Por eso, para los polacos, los aliados soñados son Estados Unidos y la OTAN: grandes, fuertes, disuasorios. En esa compañía, uno puede sentirse más seguro frente a una Rusia imprevisible que entre diplomáticos de Bruselas.

La sorpresa alemana

Cuando Putin atacó Ucrania, los polacos pudieron asentir alegremente y decir: "¿No os lo habíamos dicho?". Además de esta Schadenfreude [rogodeo por el mal ajeno, en alemán], la atención del público se centró por primera vez en la política europea. Primero fue el regateo sobre el alcance de las sanciones –¿se excluirá o no a Rusia de SWIFT? ¿Qué pasará con Nordstream 2?–, y luego llegó el inesperado cambio de política de defensa de Alemania.

Nadie se lo esperaba en Varsovia. Desde luego, no los medios de comunicación progubernamentales, que atacan a Alemania día y noche. Los políticos antialemanes tuvieron que tragarse este amargo trago con humildad. Hoy, tras más de una semana de guerra, incluso un murmullo de sentimiento antieuropeo en público puede desencadenar una avalancha de críticas desde ambos lados de las barricadas.

Polonia es un país de 38 millones de habitantes situado en la frontera oriental de la UE y en el flanco oriental de la OTAN. Desde hace siete años está gobernada por el partido antieuropeo Ley y Justicia, de facto en solitario por Jarosław Kaczyński. El panorama de Polonia en los últimos años incluye un flagrante desprecio de las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea; populismo anti-UE; la inoculación de miedo en la sociedad sobre refugiados inexistentes; xenofobia; violación de los derechos de la mujer, y persecución de las minorías LGTB. Los tribunales están politizados y los fondos de recuperación del Covid-19 procedentes de la UE han sido suspendidos debido a violaciones del Estado de derecho. El Gobierno polaco ha conseguido copiar con maestría los pasos de su amigo húngaro Viktor Orbán, un modelo a seguir sobre cómo polemizar con la tan odiada UE.

Convertirse en pro-UE de la noche a la mañana

El asalto ruso a Ucrania permite al gobierno jugar una nueva carta que aún no había jugado: la de un Estado pro-UE, abierto a las alianzas sin dejar de ser un régimen iliberal.

Incluso el primer día de la guerra, en una manifestación ante la embajada rusa en Varsovia, escuché murmullos de resentimiento cuando uno de los oradores mencionó a Alemania. Ah, los alemanes. Cortos de miras, manipulados por Putin, dependientes del gas ruso (del que, por cierto, Polonia sigue dependiendo mucho). Los alemanes son pragmáticos y cautelosos, mientras que las almas eslavas flexionan sus músculos y envían a Putin al lugar donde los defensores de la Isla de las Serpientes enviaron al buque ruso cuando se enteraron del ataque a Ucrania.

El giro de 180 grados de los alemanes ha acallado estos murmullos. La calle de Varsovia cree que, ante el peligro, los alemanes han demostrado que pueden permitirse actuar con decisión.

Los refugiados buenos contra los otros

Desde el verano de 2021, hay una guerra de posiciones en la frontera con Bielorrusia. Los polacos no dejan entrar a los refugiados que el régimen de Lukashenko atrae a Bielorrusia. Los hombres del dictador los atraen de todo el mundo: de Siria, Afganistán y Yemen, y los empujan a través de la frontera hacia Polonia. En el lado polaco, la franja fronteriza –de varios kilómetros de largo– ha quedado aislada de la ayuda humanitaria y es inaccesible para los periodistas. Los guardias fronterizos polacos atrapan a los refugiados y se los llevan de vuelta a Bielorrusia, ignorando las protestas de ciudadanos y organizaciones humanitarias.

De repente, al segundo día del ataque ruso se abrieron las fronteras polacas. Una oleada de refugiados ucranianos empezó a llegar a Polonia, y miles de polacos acudieron a las fronteras para ayudar: llevar ropa y comida, transportar a familias ucranianas al país. Polonia, que llevaba más de seis meses expulsando a los refugiados, abría de repente sus puertas. En los primeros días de la guerra, casi 600.000 ciudadanos ucranianos entraron en el país. Se calcula que entrarán hasta cinco millones. Ningún país de Europa ha acogido hasta ahora a semejante multitud en una semana.

Las consecuencias para Polonia serán históricas. Y sin duda accidentadas.
Algunos periodistas occidentales presentan la situación en la frontera como un ejemplo de racismo, ya que los polacos prefieren aceptar a ucranianos blancos y cristianos antes que a refugiados del mundo árabe o de África.

Esto es sólo una parte de la verdad, y para entenderla hay que conocer el contexto. Los ucranianos llevan mucho tiempo en Polonia y más de un millón de ellos están legalmente en el mercado laboral. Los cajeros automáticos y las máquinas expendedoras de billetes de Varsovia incluyen la lengua ucraniana, y no hay una sola persona en Polonia que no conozca a una familia ucraniana. Por tanto, esos refugiados de guerra son mucho más "familiares" que los recién llegados de otros países, y la similitud de ambos idiomas también ayuda.

Sin embargo, no todos los polacos son amistosos, tampoco respecto a todos los que cruzan desde Ucrania. De la noche a la mañana, Polonia se convirtió en el escenario de una enorme guerra de desinformación por parte de Rusia. Inspirados por los trolls con conexiones con la Federación Rusa, los nacionalistas polacos ya han empezado a comportarse de forma agresiva con los recién llegados con otro color de piel. ¿Tiene el Gobierno algún control sobre los nacionalistas y sus vínculos con Rusia? Nadie sabe la respuesta a esta pregunta.

Ambiente bélico

Mientras tanto, en Polonia continúa la gran aniquilación de Rusia. Shostakóvich y Chaikovski han sido suprimidos del programa de un festival de la Filarmónica Nacional de Varsovia. El ballet local anuncia con orgullo que no hay ciudadanos rusos en sus filas. Los jóvenes se alistan en una legión para extranjeros en Ucrania. Imagino que debe de ser como el final del verano de 1939, en muchos sentidos. El ambiente es ya muy bélico.

¿Qué más ha cambiado en Polonia? La actitud hacia Hungría y la extrema derecha. Hasta ahora, Viktor Orbán se presentaba como un amigo del Gobierno, un aliado político en la lucha contra la UE. Ahora, esta alianza se ha vuelto incómoda tras su decisión de no permitir envíos de armas para Ucrania a través de Hungría, y después de la información de que todos los países de la UE que formaron parte del bloque soviético en el pasado están enviando ayuda militar a Ucrania, salvo Hungría. La amistad con Orbán ya no puede explicarse por maniobras propagandísticas de los medios gubernamentales. Lo mismo ocurre con la francesa Le Pen y el italiano Salvini. Los aliados de Putin son tratados con hostilidad en Polonia.

Y luego está el coronavirus. Es como si no existiera. El covid ha desaparecido. Casi ha dejado de existir en los medios de comunicación y en el radar de la sociedad. Seguimos infectándonos, seguimos llevando mascarillas y haciendo pruebas, pero ya nadie se preocupa por la pandemia. ¿Cuántos casos hay? ¿Cuántas personas están muriendo? El tema se ha relegado a un segundo plano porque en los últimos días ha surgido una amenaza mayor y más peligrosa: el vecino del Este. Un autócrata lunático con el dedo en el botón nuclear.

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